Fusión nuclear, de las estrellas a la Tierra
Daniel Martín Reina
Es un sueño
que persigue parte de la comunidad científica desde hace más de medio siglo:
conseguir una fuente de energía barata, limpia y prácticamente ilimitada, que
elimine de un plumazo los problemas energéticos de nuestra civilización. Una
fuente de energía que la naturaleza conoce muy bien, pues es la que hace que
brillen las estrellas en el cielo nocturno y el Sol nos
ilumine durante el día.
. El principio de la fusión nuclear
es sencillo. Cuando se unen dos núcleos de átomos ligeros se libera energía. Si
la reacción se mantiene el tiempo suficiente, la energía liberada puede superar
ampliamente a la invertida para desencadenarla, con lo que esa ganancia de
energía podría aprovecharse luego para generar electricidad. Además, el
combustible habitual, el hidrógeno, es abundante y la reacción no produce gases
nocivos. Todo son ventajas, salvo un pequeño inconveniente: la fusión nuclear
controlada es muy difícil de conseguir.
Seguramente
habrá que esperar todavía varias décadas hasta que se pueda utilizar la fusión
como una fuente de energía útil. Pero estos últimos resultados nos dan la
esperanza de que algún día no muy lejano seamos capaces de imitar a las
estrellas y tener nuestro propio Sol en la Tierra.
Combustible
estelar
El hidrógeno es el elemento más simple del
Universo. También es el principal componente de las estrellas, como
nuestro Sol. En su interior la temperatura es tan alta, varios millones de
grados, que el hidrógeno se encuentra en
estado de plasma.
En el proceso se pierde algo de masa, que se
transforma en luz y calor, y se emite hacia el exterior (masa y energía son
equivalentes, de acuerdo con la famosa ecuación de Einstein, E = mc2). Esto
es lo que hace que brillen las estrellas. Se calcula que una estrella de tamaño
medio como el Sol es capaz de transformar unos cinco millones de toneladas de
hidrógeno en helio cada segundo. Por eso suele decirse que el hidrógeno es el
combustible de las estrellas, capaz de hacer que el astro genere luz y calor
mientras pueda fusionarse en helio.
Si esto es lo que ocurre en el interior de las
estrellas, ¿cómo conseguir la fusión nuclear en un laboratorio? La receta, en
principio, parece fácil: recreando las condiciones que se dan en el interior de
las estrellas. Básicamente, esto consiste en confinar la mayor cantidad de
combustible de hidrógeno en el menor espacio posible y calentarlo a millones de
grados; cuanto más tiempo, mejor. Si la combinación de estas variables
—densidad, temperatura y tiempo— es la adecuada, entonces la reacción de fusión
es capaz de mantenerse por sí misma, y la energía que se desprende es mucho
mayor que la suministrada; se dice en ese caso que se ha alcanzado la ignición.
En última instancia, conseguir la ignición es el objetivo de los científicos.
En la práctica, todo esto es sumamente
complicado. A semejante temperatura, cualquier material tiende a explotar
debido a la elevada presión. Además, el combustible utilizado fundiría el
recipiente que se emplease para contenerlo. Y en el caso de que el recipiente
no se derritiera de inmediato, al entrar en contacto con el plasma lo enfriaría
considerablemente, deteniendo la reacción de fusión.
El Sol en una botella
Al estar el plasma cargado eléctricamente, una
forma de intentar aislarlo del exterior sería mediante lo que se conoce como
botella magnética. Es decir, un campo magnético con la forma apropiada para que
las partículas eléctricas que componen el plasma no puedan escapar, quedando
confinadas en su interior. El primer prototipo experimental, construido
en 1956, consistía en una cámara de vacío toroidal —con forma de dona— que
contenía hidrógeno. Mediante fuertes descargas eléctricas se conseguía elevar
la temperatura del gas hasta convertirlo en plasma, que permanecía confinado
por la acción de potentes electroimanes. Por su forma, a este dispositivo se le
bautizó como tokamak .
Con uno de estos primitivos tokamaks, unos científicos soviéticos consiguieron en 1969
mantener un plasma a cinco millones de grados durante algunas centésimas de
segundo, un verdadero logro para la época. Este resultado atrajo la atención
del mundo occidental y muy pronto se empezaron a construir tokamaks en
los principales laboratorios especializados en la fusión nuclear. Cuanto más se calienta y se intenta
comprimir para desencadenar la fusión, más se resiste el plasma a los esfuerzos
para confinarlo. Como cuando tomas un puñado de arena con la mano y los granos
se te escurren entre los dedos, el plasma siempre encuentra la manera de que
sus partículas escapen de la prisión magnética.
La realidad es que, a pesar de haber superado
numerosas dificultades técnicas durante estos años, el reactor JET no es lo
suficientemente grande como para alcanzar la ignición. Hoy todas las esperanzas
de la fusión por confinamiento magnético están puestas en un proyecto
denominado Reactor Termonuclear Experimental Internacional, ITER por sus siglas
en inglés, que se basa en la tecnología tokamak y
en el que participan siete países.
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